Que es conocimiento a priori
Psicología y epistemología XIV LA EPISTEMOLOGÍA GENÉTICA 1. INTRODUCCIÓN En un principio las teorías clásicas del conocimiento se hicieron la siguiente pregunta: «¿Cómo es posible el conocimiento?» Pregunta que se fue diferenciando en una pluralidad de problemas relativos a la naturaleza y condiciones previas del conocimiento lógico-matemático, del conocimiento experimental de tipo físico, etc. A pesar de dicha diferenciación, las distintas epistemologías tradicionales comparten el postulado de que el conocimiento es un hecho y no un proceso;
Coinciden igualmente en que, si bien nuestras diferentes formas de conocimiento, son siempre incompletas y nuestras diferentes ciencias siguen siendo imperfectas, lo que ha sido adquirido lo es de una vez por todas y, por tanto, puede ser estudiado de forma estática. Resultado de lo anterior es el planteamiento absoluto de problemas tales como: «¿qué es el conocimiento». O «¿cómo son posibles los distintos tipos de conocimiento?» Las razones de esta actitud, que se sitúa de golpe sub specie aeternitatis, no hay que buscarlas solamente en las doctrinas particulares de los grandes filósofos que fundaron la teoría del conocimiento —en el Realismo trascendente de Platón o en la creencia aristotélica en formas inmanentes pero también permanentes; en las ideas innatas de Descartes o en la armónía preestablecida de Leibniz; en las categorías a priori de Kant o en el postulado de Hegel, quien, a pesar de descubrir el devenir y la historia en las producciones sociales de la humanidad, los consideraba reductibles al total carácter deductivo de una dialéctica de los conceptos—. En efecto, hay que tener en cuenta, además, que durante mucho tiempo el pensamiento científico creyó haber conquistado un conjunto de verdades definitivas, aunque incompletas, lo cual per- mitía preguntarse de una vez para siempre en qué consiste el conocimiento: los matemáticos, aun cuando hayan cambiado de opinión sobre la naturaleza de los «entes» matemáticos, siguie- ron siendo, hasta hace no mucho tiempo, impermeables a las ideas de revisión y reorganización reflexiva; la lógica fue considerada durante siglos como algo acabado y hubo que esperar a los teoremas de Goedel para obligarla a examinar de nuevo los límites de sus poderes; desde las conquistas newtonianas y hasta principios del presente siglo, la física creyó en el carácter absoluto de un importante número de sus principios; incluso ciencias tan recientes como la sociología o la psicología, si bien no han podido presumir de un saber muy firme, tampoco han vacilado, hasta estos últimos años, a la hora de atribuir a los seres humanos, y por tanto a los sujetos pensantes objeto de su estudio, una «lógica natural» inmutable, como quería Comte (quien a pesar de su ley de los tres estados insistía en que los procedimientos de razonar eran constantes y comunes para todos ellos), o invariables instrumentos de conocimiento. Ahora bien, la influencia convergente de una serie de factores ha hecho que en la actualidad el conocimiento vaya siendo considerado progresiva- mente más como un proceso que como un estado. La epistemología de los filósofos de las ciencias es en parte la causante de este cambio. Efectivamente: el probabilismo de Cournot y sus estudios comparativos de los distintos tipos de nociones anunciaban ya una revisión al respecto; los trabajos histórico-críticos, al sacar a la luz la oposición existente entre las distintas clases de pensamiento científico, favorecieron notablemente esta evolución y la obra de L. Brunschwicg, por ejemplo, indica un giro importante en la dirección de una doctrina del conocimiento en devenir. Declaraciones del mismo tipo pueden encontrarse en los neokantianos o en Natorp: al proceder «como Kant, se parte de la existencia táctica de la ciencia y se busca su fundamento. Pero ¿cuál es ese hecho, cuando sabemos que la ciencia evoluciona constantemente. Por consiguiente, el hecho de la ciencia sólo puede entenderse como un «fieri». Todo ser (u objeto) que la ciencia intente fijar debe disolverse de nuevo en la corriente del devenir. Así pues, lo que se puede y se debe investigar es la ley de este proceso».1 Bien conocido es, por otra parte, el hermoso libro de Th. Kuhn sobre las «revoluciones científicas».2 De todas formas, si los especialistas en epistemología han podido llegar a hacer declaraciones tan cla- ras, es porque toda la evolución de las ciencias contemporáneas les indicaba ese camino, tanto en los campos deductivos como en los experimentales. Cuando uno compara, por ejemplo, los trabajos de los lógicos actuales con las demostraciones con que se contentaban aquellos a quienes se llama ya «los grandes antepasados», como Whitehead y B. Russell, tiene que sorprenderse forzosamente de las importantes transformaciones sufridas por las nociones, así como del rigor alcanzado por los razonamientos. Los trabajos de los matemáticos de hoy en día, que por «abstracción reflexiva» sacan operaciones nuevas de operaciones ya conocidas o estructuras nuevas de la comparación entre estructuras anteriores, contribuyen a enriquecer las nociones más fundamentales, sin contradecirlas, pero reorganizándolas de forma imprevista. En el campo de la física es cosa suficientemente sabida que todos los viejos principios han cam- biado de forma y de contenido, de tal manera que las leyes más sólidamente establecidas han pasado a ser relativas en un cierto nivel y cambian de significado al cambiar de situación en el conjunto del sistema. En el campo de la biología, en el que la exactitud no es tan elevada, pues quedan todavía sin solución inmensos problemas, los cambios de perspectiva son también impresionantes. Con respecto a lo cual vale la pena recordar que la epistemología del pensamiento científico se ha ido convirtiendo paulatinamente en un asunto propio de los mismos científicos; de este modo los problemas de «fundamentación» se van incorporando al sistema de cada una de las cien- cias consideradas. Cosa que ocurre tanto en el campo de la física como en el de las matemáticas o en el de la lógica. EPISTEMOLOGÍA Y PSICOLOGÍA Esta fundamental transformación del conocimiento-estado en conocimiento-proceso obliga a plantear en términos un tanto nuevos el problema de las relaciones entre la epistemología y el desarrollo e incluso la formación psicológica de las nociones y de las operaciones. En la historia de las epistemologías clásicas sólo las corrientes empiristas recurrieron a la psicología, por razones fáciles de comprender, aunque éstas no expliquen ni la escasa preocupación por la verificación psicológica de las otras escuelas ni la excesivamente sumaria psicología con que se contentó el propio Empirismo. Las razones aludidas están, naturalmente, relacionadas con el hecho de que si se quiere dar cuenta de la totalidad de los conocimientos sólo a partir de la experiencia, para justificar tal tesis no queda más remedio que tratar de analizar lo que es la experiencia, lo cual implica recurrir a percepciones, asociaciones y hábitos, que son procesos psicológicos. Limitación que impidió ver que la experiencia es siempre asimilación a estructuras y que no permitíó dedicarse a un estudio sistemático del ipse intellectus. Pero, como consecuencia de un olvido que sin duda se explica también por las tendencias especulativas y por el desprecio a la verificación efectiva, estas doctrinas no pasaron de su preocupación por caracterizar las propiedades que atribuían al citado instrumento (la reminiscencia de las ideas, el poder universal de la Razón o el carácter previo y necesario a la vez de las formas a priori) al negarse a verificar si éste se hallaba realmente a disposición del sujeto. En el caso de las formas a priori, el análisis de los hechos es más delicado, puesto que no basta con exami- nar la conciencia de los sujetos, sino que hay que ver sus condiciones previas y, por hipótesis, el psicólogo que quisiera estudiarlas las utilizaría como condiciones previas de su investigación. Pero contamos también con la historia en sus múltiples dimensiones (la historia de las ciencias, sociogénesis y psicogénesis) y si la hipótesis es verdadera debe verificarse no en la introspec- ción de los sujetos, sino en el examen de los resultados de su trabajo intelectual. Ahora bien: dicho examen muestra hasta la evidencia que es indispensable disociar lo previo y lo necesario, puesto que, si bien todo co- nocimiento y principalmente toda experiencia supone condiciones previas, no por ello éstas presentan, sin más, necesidad lógica o intrínseca, y aunque varias formas de conocimiento conducen a la necesidad, esta última se sitúa al final y no en el punto de partida. En efecto, si todo conocimiento es siempre un devenir que consiste en pasar de un conocimiento menor a un estado más completo y eficaz, resulta claro que de lo que se trata es de conocer dicho devenir y de analizarlo con la mayor exactitud posible. De todas formas, este devenir no tiene lugar al azar, sino que constituye un desarrollo y, como en ningún campo cognoscitivo existe comienzo absoluto de un desarrollo, éste debe ser examinado desde los llamados estadios de formación; cierto es que al consistir también la formación en un desarrollo a partir de condiciones anteriores (conocidas o descono- cidas), aparece el peligro de una regresión sin fin (es decir, de tener que acudir a la biología). Sólo que como el problema que se plantea es el de la ley del proceso y como los estadios finales (vale decir: actualmente finales) son a este respecto tan importantes como los conocidos en primer lugar, el sector de desarrollo considerado puede posibilitar soluciones al menos parciales, a condición de asegu- rar una colaboración del análisis histórico-crítico con el análisis psicogenético. En efecto, es algo que llama la atención constatar que las más espectaculares transformaciones de nociones o estructuras en la evolución de las ciencias contemporáneas corresponden, cuando se estudia la psicogénesis de estas mismas nociones o estructuras, a circunstancias o caracteres que dan cuenta de la posibilidad de sus transformaciones ulteriores. LOS MÉTODOS La epistemología es la teoría del conocimiento válido, e incluso si el conocimiento no es nunca un estado y constituye siempre un proceso, dicho proceso es esencialmente el tránsito de una validez menor a una validez superior. De aquí resulta que la epistemología es necesariamente de naturaleza interdisciplinaria, puesto que un proceso tal suscita a la vez cuestiones de hecho y de validez. Pero para comprender el sentido de esta colaboración hay que tener en cuenta la demasiado a menudo olvidada circunstancia de que, si bien la psicología no tiene competencia alguna para prescribir normas de validez, esta ciencia estudia sujetos que en todas las edades (desde la más tierna infancia hasta la edad adulta y en los diversos niveles del pensamiento científico) se dan tales normas.
Coinciden igualmente en que, si bien nuestras diferentes formas de conocimiento, son siempre incompletas y nuestras diferentes ciencias siguen siendo imperfectas, lo que ha sido adquirido lo es de una vez por todas y, por tanto, puede ser estudiado de forma estática. Resultado de lo anterior es el planteamiento absoluto de problemas tales como: «¿qué es el conocimiento». O «¿cómo son posibles los distintos tipos de conocimiento?» Las razones de esta actitud, que se sitúa de golpe sub specie aeternitatis, no hay que buscarlas solamente en las doctrinas particulares de los grandes filósofos que fundaron la teoría del conocimiento —en el Realismo trascendente de Platón o en la creencia aristotélica en formas inmanentes pero también permanentes; en las ideas innatas de Descartes o en la armónía preestablecida de Leibniz; en las categorías a priori de Kant o en el postulado de Hegel, quien, a pesar de descubrir el devenir y la historia en las producciones sociales de la humanidad, los consideraba reductibles al total carácter deductivo de una dialéctica de los conceptos—. En efecto, hay que tener en cuenta, además, que durante mucho tiempo el pensamiento científico creyó haber conquistado un conjunto de verdades definitivas, aunque incompletas, lo cual per- mitía preguntarse de una vez para siempre en qué consiste el conocimiento: los matemáticos, aun cuando hayan cambiado de opinión sobre la naturaleza de los «entes» matemáticos, siguie- ron siendo, hasta hace no mucho tiempo, impermeables a las ideas de revisión y reorganización reflexiva; la lógica fue considerada durante siglos como algo acabado y hubo que esperar a los teoremas de Goedel para obligarla a examinar de nuevo los límites de sus poderes; desde las conquistas newtonianas y hasta principios del presente siglo, la física creyó en el carácter absoluto de un importante número de sus principios; incluso ciencias tan recientes como la sociología o la psicología, si bien no han podido presumir de un saber muy firme, tampoco han vacilado, hasta estos últimos años, a la hora de atribuir a los seres humanos, y por tanto a los sujetos pensantes objeto de su estudio, una «lógica natural» inmutable, como quería Comte (quien a pesar de su ley de los tres estados insistía en que los procedimientos de razonar eran constantes y comunes para todos ellos), o invariables instrumentos de conocimiento. Ahora bien, la influencia convergente de una serie de factores ha hecho que en la actualidad el conocimiento vaya siendo considerado progresiva- mente más como un proceso que como un estado. La epistemología de los filósofos de las ciencias es en parte la causante de este cambio. Efectivamente: el probabilismo de Cournot y sus estudios comparativos de los distintos tipos de nociones anunciaban ya una revisión al respecto; los trabajos histórico-críticos, al sacar a la luz la oposición existente entre las distintas clases de pensamiento científico, favorecieron notablemente esta evolución y la obra de L. Brunschwicg, por ejemplo, indica un giro importante en la dirección de una doctrina del conocimiento en devenir. Declaraciones del mismo tipo pueden encontrarse en los neokantianos o en Natorp: al proceder «como Kant, se parte de la existencia táctica de la ciencia y se busca su fundamento. Pero ¿cuál es ese hecho, cuando sabemos que la ciencia evoluciona constantemente. Por consiguiente, el hecho de la ciencia sólo puede entenderse como un «fieri». Todo ser (u objeto) que la ciencia intente fijar debe disolverse de nuevo en la corriente del devenir. Así pues, lo que se puede y se debe investigar es la ley de este proceso».1 Bien conocido es, por otra parte, el hermoso libro de Th. Kuhn sobre las «revoluciones científicas».2 De todas formas, si los especialistas en epistemología han podido llegar a hacer declaraciones tan cla- ras, es porque toda la evolución de las ciencias contemporáneas les indicaba ese camino, tanto en los campos deductivos como en los experimentales. Cuando uno compara, por ejemplo, los trabajos de los lógicos actuales con las demostraciones con que se contentaban aquellos a quienes se llama ya «los grandes antepasados», como Whitehead y B. Russell, tiene que sorprenderse forzosamente de las importantes transformaciones sufridas por las nociones, así como del rigor alcanzado por los razonamientos. Los trabajos de los matemáticos de hoy en día, que por «abstracción reflexiva» sacan operaciones nuevas de operaciones ya conocidas o estructuras nuevas de la comparación entre estructuras anteriores, contribuyen a enriquecer las nociones más fundamentales, sin contradecirlas, pero reorganizándolas de forma imprevista. En el campo de la física es cosa suficientemente sabida que todos los viejos principios han cam- biado de forma y de contenido, de tal manera que las leyes más sólidamente establecidas han pasado a ser relativas en un cierto nivel y cambian de significado al cambiar de situación en el conjunto del sistema. En el campo de la biología, en el que la exactitud no es tan elevada, pues quedan todavía sin solución inmensos problemas, los cambios de perspectiva son también impresionantes. Con respecto a lo cual vale la pena recordar que la epistemología del pensamiento científico se ha ido convirtiendo paulatinamente en un asunto propio de los mismos científicos; de este modo los problemas de «fundamentación» se van incorporando al sistema de cada una de las cien- cias consideradas. Cosa que ocurre tanto en el campo de la física como en el de las matemáticas o en el de la lógica. EPISTEMOLOGÍA Y PSICOLOGÍA Esta fundamental transformación del conocimiento-estado en conocimiento-proceso obliga a plantear en términos un tanto nuevos el problema de las relaciones entre la epistemología y el desarrollo e incluso la formación psicológica de las nociones y de las operaciones. En la historia de las epistemologías clásicas sólo las corrientes empiristas recurrieron a la psicología, por razones fáciles de comprender, aunque éstas no expliquen ni la escasa preocupación por la verificación psicológica de las otras escuelas ni la excesivamente sumaria psicología con que se contentó el propio Empirismo. Las razones aludidas están, naturalmente, relacionadas con el hecho de que si se quiere dar cuenta de la totalidad de los conocimientos sólo a partir de la experiencia, para justificar tal tesis no queda más remedio que tratar de analizar lo que es la experiencia, lo cual implica recurrir a percepciones, asociaciones y hábitos, que son procesos psicológicos. Limitación que impidió ver que la experiencia es siempre asimilación a estructuras y que no permitíó dedicarse a un estudio sistemático del ipse intellectus. Pero, como consecuencia de un olvido que sin duda se explica también por las tendencias especulativas y por el desprecio a la verificación efectiva, estas doctrinas no pasaron de su preocupación por caracterizar las propiedades que atribuían al citado instrumento (la reminiscencia de las ideas, el poder universal de la Razón o el carácter previo y necesario a la vez de las formas a priori) al negarse a verificar si éste se hallaba realmente a disposición del sujeto. En el caso de las formas a priori, el análisis de los hechos es más delicado, puesto que no basta con exami- nar la conciencia de los sujetos, sino que hay que ver sus condiciones previas y, por hipótesis, el psicólogo que quisiera estudiarlas las utilizaría como condiciones previas de su investigación. Pero contamos también con la historia en sus múltiples dimensiones (la historia de las ciencias, sociogénesis y psicogénesis) y si la hipótesis es verdadera debe verificarse no en la introspec- ción de los sujetos, sino en el examen de los resultados de su trabajo intelectual. Ahora bien: dicho examen muestra hasta la evidencia que es indispensable disociar lo previo y lo necesario, puesto que, si bien todo co- nocimiento y principalmente toda experiencia supone condiciones previas, no por ello éstas presentan, sin más, necesidad lógica o intrínseca, y aunque varias formas de conocimiento conducen a la necesidad, esta última se sitúa al final y no en el punto de partida. En efecto, si todo conocimiento es siempre un devenir que consiste en pasar de un conocimiento menor a un estado más completo y eficaz, resulta claro que de lo que se trata es de conocer dicho devenir y de analizarlo con la mayor exactitud posible. De todas formas, este devenir no tiene lugar al azar, sino que constituye un desarrollo y, como en ningún campo cognoscitivo existe comienzo absoluto de un desarrollo, éste debe ser examinado desde los llamados estadios de formación; cierto es que al consistir también la formación en un desarrollo a partir de condiciones anteriores (conocidas o descono- cidas), aparece el peligro de una regresión sin fin (es decir, de tener que acudir a la biología). Sólo que como el problema que se plantea es el de la ley del proceso y como los estadios finales (vale decir: actualmente finales) son a este respecto tan importantes como los conocidos en primer lugar, el sector de desarrollo considerado puede posibilitar soluciones al menos parciales, a condición de asegu- rar una colaboración del análisis histórico-crítico con el análisis psicogenético. En efecto, es algo que llama la atención constatar que las más espectaculares transformaciones de nociones o estructuras en la evolución de las ciencias contemporáneas corresponden, cuando se estudia la psicogénesis de estas mismas nociones o estructuras, a circunstancias o caracteres que dan cuenta de la posibilidad de sus transformaciones ulteriores. LOS MÉTODOS La epistemología es la teoría del conocimiento válido, e incluso si el conocimiento no es nunca un estado y constituye siempre un proceso, dicho proceso es esencialmente el tránsito de una validez menor a una validez superior. De aquí resulta que la epistemología es necesariamente de naturaleza interdisciplinaria, puesto que un proceso tal suscita a la vez cuestiones de hecho y de validez. Pero para comprender el sentido de esta colaboración hay que tener en cuenta la demasiado a menudo olvidada circunstancia de que, si bien la psicología no tiene competencia alguna para prescribir normas de validez, esta ciencia estudia sujetos que en todas las edades (desde la más tierna infancia hasta la edad adulta y en los diversos niveles del pensamiento científico) se dan tales normas.