John Stuart Mill y el Utilitarismo: Una Perspectiva Crítica
A) Utilitarismo
El utilitarismo, y más en concreto, la versión del mismo que puede ser designada como benthanismo, fue no solo la doctrina en la que Mill se educó, sino incluso el ambiente en que se crio. Lo que más le impresionó, según su propia confesión, fue el capítulo en el que se pasa revista a los modos corrientes de razonar en cuestiones de ética y de Derecho sobre la base de lo que se llama “ley o derecho natural”, “recta razón”, “sentido moral”… A Mill lo convenció la idea de que todo esto no era más que “dogmatismo disfrazado, que impone los propios sentimientos a los demás bajo la capa de expresiones profundas, sino que los establecen como válidos por sí mismos”. Frente a todo ello, el principio de Bentham, es decir, el principio utilitarista o de la mayor felicidad, representaba para Mill una nueva época. Junto al argumento ya aludido de la posibilidad de un tratamiento científico de las cuestiones éticas, el otro gran argumento que sostiene la fe utilitarista de Mill es el del progreso: para él se trata de una lucha entre “una moralidad progresiva y una estacionaria, entre la razón y la argumentación, por una parte, y la divinización de la mera opinión y el hábito, por otra”.
Pero ¿cuáles son esos puntos esenciales en que consiste la fidelidad constante de Mill al benthanismo? Los reduce a la “formulación general del fin como la mayor felicidad del mayor número posible” y la definición de la felicidad en términos de placer y dolor.
- Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor.
- Por lo contrario de la felicidad, el dolor y la falta de placer.
- Que el placer y la liberación del dolor son las dos únicas cosas deseables como fines.
- Que todas las cosas deseables son deseables por el placer a ellas inherente o en calidad de medios para la promoción del placer y la prevención del dolor.
Ahora bien, ¿a qué materias o en qué campo se aplica este utilitarismo que Mill comparte con Bentham? A nuestro entender, era la perspectiva jurídico-política la determinante de su postura. ¿Significa esto que Mill considera también su propio utilitarismo, en cuanto coincide con el de Bentham, mucho más a propósito para la legislación, es decir, para el campo de lo jurídico y político que para el de la moral propiamente dicha? En efecto, para probar el principio básico, el más esencial del utilitarismo, de que es deseable la felicidad y lo único que es deseable como un fin, siendo las demás cosas solo deseables en cuanto medios para ese fin. De manera semejante, hay que admitir que la única evidencia que es posible ofrecer de que algo es deseable es que la gente lo desea realmente. La única manera de salvar la argumentación de Mill, y por consiguiente, la única manera coherente, lógica y fundamentada de sostener los principios básicos de su utilitarismo, es, cuanto coincide con el de Bentham, es limitarlo al campo jurídico-político. Así, si y sobre todo dentro del ámbito de los países democráticos, tiene sentido identificar lo deseable con lo que de hecho desea la gente, la mayoría de la gente. Pero identificar eso con lo moralmente deseable sería no solo “una total subversión del orden establecido”, como ya había advertido el propio Bentham, sino la ruina de la moralidad auténtica, propiamente dicha, que no parece que pueda desprenderse de la convicción, de la actitud propia del individuo, de lo que él asume o acepta.
B) Ética
Bentham descuidó, “dejó en blanco”, una de las dos partes en que consiste la moralidad. Atendió solo a la regulación de las acciones exteriores, pero no al otro aspecto, de la autoeducación, de la formación del ser humano, de sus afectos y de su voluntad. Naturalmente, no se puede tratar de que el benthanismo desconozca totalmente la existencia de los sentimientos en el ser humano, sino más bien de su tendencia a ver la regeneración de la humanidad, no como resultado de los “buenos sentimientos”, sino de la “educación del entendimiento en cuanto que ilustra los sentimientos del propio interés”. Bentham no es capaz de ver al hombre gobernado por otras pasiones que las clasificadas como egoístas o del propio interés. Frente a estas imperfecciones y limitaciones, Mill hace referencia a varios otros motivos de la acción humana no tenidos en cuenta por Bentham y de suma importancia para la moralidad; tales como “la conciencia o el sentimiento del deber”, o “el deseo de la propia perfección espiritual como un fin… por sí mismo”.
Desde esta perspectiva, no es de extrañar que Mill llegue a una posición frontalmente contraria a la de Bentham en lo que constituye el meollo de la teoría, de la elaboración doctrinal de este: el cálculo del placer y del dolor sobre la base de la homogeneidad de los diversos placeres y dolores. Para Mill, hay placeres superiores a otros por su “intrínseca naturaleza”, ciertas clases de placeres son más deseables y más valiosas que otras, es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho. Repetidas veces se ha hecho notar que estas afirmaciones son incompatibles con los principios básicos del utilitarismo.