El educador social como intelectual transformador: formando personas críticas y reflexivas

Diversos autores realizan reflexiones reconducidas y dirigidas a iluminar la pregunta inicial: ¿Es posible que la educación y, por ende, los educadores puedan contribuir a la emergencia de personas críticas y solidarias? El supuesto básico de esta imagen o categoría docente que alienta esta expresión, es más o menos, el siguiente: cualquier intento de reforma social y educativa que pretenda ser viable – aparte de las variables políticas y económicas que entran en juego- debe afrontar la formación de los educadores muy vinculada a los contextos comunitarios y, por extensión a los marcos sociales donde la enseñanza tiene lugar. Tal vinculación exige que los enseñantes sean algo más que “trabajadores rutinarios” encadenados a la máquina que exige de ellos una continua labor de supervisión, organización, diseños, elaboración de pruebas, exámenes, … sino que más bien deberían actuar como intelectuales, como profesionales de la reflexión, de la crítica y de la contextualización.

Es preciso reconocer que el término de intelectual puede provocar temor en un colectivo que se ha dedicado a aplicar más que a problematizar el conocimiento o, a lo menos, puede producirle extrañeza. Debemos, por tanto, dedicar algunas líneas a intentar hacerlo más comprensible.

En primer lugar, hay que distanciar el término de los planteamientos marxistas ortodoxos al uso que asociaba la figura intelectual a esa persona que representaba, de modo universal, la conciencia política de diversos colectivos sociales, fundamentalmente el de la clase trabajadora con la que tales intelectuales se alineaban

En segundo lugar, de modo más contemporáneo y dado el tipo de sociedad que se ha ido conformando, en una interpretación más específica y menos universal del término. Podría traducirse la tarea de intelectual a aquella persona cuyo trabajo de transformación y mejora de su medio social, se lleva a cabo ayudando y asesorando desde el espacio institucional específico donde el profesional se encuentra trabajando: transformación que ha de buscar realizarla en términos de su propia pericia y dominio profesional. En el caso de los educadores y formadores desde las escuelas, universidades, aulas, espacios sociales y otras instituciones relacionadas con los procesos de enseñanza.

¿Qué aporta esta definición? Que todos los profesores y educadores tienen la posibilidad de utilizar esta dimensión y no solo los privilegiados por una formación o concientización. De que llegue a realizar esta categoría en su actividad docente depende de muchos factores, pero, sobre todo, de la clarificación que haya llegado a realizar de su experiencia, de la formación recibida, de cómo encarece su enseñanza, del modo en que aborde sus metas profesionales…

En tercer lugar, y a la vista de lo argumentado, tal concepción permite encontrar la unión auténtica, la posibilidad de fundamentar la relación existente entre la educación y los imperativos que conlleva la democracia o, lo que es lo mismo, conexionar la Pedagogía a la ciudadanía adulta crítica y comprensiva.

En cuarto lugar, hay que considerar en este segundo modelo de educador como intelectual transformador, el papel del conocimiento en la enseñanza y en el aprendizaje. Si los educadores, en esta segunda imagen, intentan insertar la enseñanza en el terreno social en el que se mueven, es evidente que no trabajarán con un tipo de conocimiento esencialista (Doctrina de los sistemas filosóficos que sostienen que la esencia procede de la existencia.), sino que lo interpretarán y lo utilizarán de modo más relativo referido a los contextos sociales, culturales y personales en el que tal conocimiento tiene o adquiere significado. Desde este punto cabe resaltar la expresión conocimiento significativo: aquel tipo de conocimiento que contribuye a comprender la vida intelectual, cultural, moral, social y económica de un pueblo y de las personas que han tenido o tiene que ver con él. Es un tipo de conocimiento, por lo tanto, cargado de valores y significaciones, que sirve para la clarificación de los problemas de un colectivo y de las soluciones personales que, racionalmente, se puede dar a los mismos. Si bajo la transmisión del conocimiento abstracto y descontextualizado los alumnos no tenían apenas posibilidades de afrontar, a través de él, como cambiar y mejorar sus vidas y la de los suyos, en esta segunda visión tales posibilidades se multiplican. Porque, al contrario de la primera imagen, los alumnos son considerados personas adultas, agentes activos, capaces de pensar crítica y contextualizadamente y reconstruir el conocimiento en la línea de dirección de sus problemas, más que receptores pasivos – dedicados a memorizar y acumular información sin ninguna consideración reflexiva- Con estos planteamientos adquiere más sentido la pregunta sobre el posible apoyo de los educadores de hoy, estén donde estén y sea cual sea el nivel que tengan en la administración, a la formación de personas adultas, mayores y menos mayores, que piensan, reflexionan comprenden, contextualizan, intentan interiorizar el conocimiento aprendiendo para resolver sus problemas personas y sociales, o utilizarlo para mejorar su calidad de vida o competencia racional, para promover interacciones con próximos y distantes y multiplicar las comunicaciones ampliando sus posibilidades vitales.

Un profesor o educador reflexivo y crítico, un intelectual transformativo, no encuentra ajeno a su tarea el preguntarse críticamente que significa crear un mundo sin injusticia, antes que obsesionarse por cómo tiene que evaluar a sus alumnos o, por poner otro ejemplo, le preocupa más reflexionar sobre la clase de futuro que quiere construir para las generaciones que diseñar pruebas estandarizadas para confirmar si sus alumnos han sido capaces de aprenderse ciertos conocimientos.

El ser agentes reflexivos implica que se esté constantemente evaluando los aciertos y desaciertos como profesionales, el trabajo con personas requiere que se reformulen las prácticas y teorías, de mejorar el proceso de formación de personas, para contribuir en el desarrollo de la conciencia social y las habilidades sociales que son muy necesarias para lograr un trabajo en equipo y una buena interacción entre personas. (Mora, 2005)

“En el educador, lo moral, lo ético, lo práctico, lo teórico, son algunos de los elementos incorporados en este quehacer educativo que se deben perfilar óptimamente para un mejor proceso. Por tanto, la educación no es sólo una actividad técnica sino una praxis, cuyos efectos permanecen en la persona que la realiza, así la educación concebida como actuación humana es un problema práctico en el que existen ciertas zonas de indeterminación, singularidad y conflicto axiológico, además se trata de articular dos saberes: el pedagógico y el ético, que además de ser distintos son autónomos. Para ello debemos pensar críticamente lo social, reconocer que vivimos inmersos en procesos de dominación y subordinación que son muy ocultos, así la educación es vista correctamente como emprendimiento Ético, lo personal es visto como un modo de despertar sensibilidades éticas. Está inmerso en la lucha por la educación más emancipadora…” (Mora, 2005)