Administración y sus objetivos
Igual que ellos, si tú entrenas con dedicación y perseverancia las habilidades de protagonismo, con el tiempo las ejecutarás de un modo inconsciente, porque habrás generado un hábito que te permitirá manejar de forma natural los retos físicos, mentales y emocionales.
Si pones voluntad y constancia en realizar tareas, actos, comportamientos o actitudes de las personas calificadas como protagonistas, estos comportamientos se transformarán, por la fuerza de la costumbre, en verdaderos hábitos que te reportarán beneficios notables.
La autodisciplina ejercitada en pequeñas dosis marca la diferencia entre la satisfacción inmediata y la recompensa a largo plazo, que sin lugar a dudas es el principio básico para alcanzar tus metas.
Si te interesa realmente ser un verdadero protagonista, tendrás tan claros esos objetivos que los pequeños sacrificios por alcanzarlos serán insignificantes, apareciendo ante ti plenamente justificados.
Porque lo que garantiza el desarrollo de un talante protagonista es la motivación y el compromiso que tengamos con la práctica. Esta «llama interna» es el principal ingrediente para construirnos como seres responsables y ejecutores.
Y es así porque la conciencia ilumina las habilidades que precisamos para ser exitosos, la motivación nos provee de la energía necesaria para el camino y el entrenamiento genera la práctica intensa que convierte esa energía en protagonismo.
Y esta gran reserva energética puede estar representada por una idea pequeña y poderosa: la visión de tu «yo» futuro e ideal: «Quién quieres ser», «Qué quieres lograr»…
La buena noticia es que para transformarte en protagonista no es necesario que indagues en ningún rasgo o aptitud personal, sino que sólo es preciso que analices la motivación que tienes para alcanzar un objetivo, ya que cuando deseas algo con pasión el esfuerzo ocasional lo verás como un paso hacia tus metas.
Pongo énfasis en la motivación como punto central del proceso porque cuando alguien está muy motivado es capaz de privarse de ciertas comodidades o placeres hoy, sólo por la inspiración que le suponen sus objetivos en el futuro: «Deseo ser un reconocido tenista, por ello entreno sin descanso a pesar del sacrificio personal que esto me supone.»
Por ello, si te autoentrenas en la práctica intensa de determinadas habilidades terminarás por hacerte experto en ellas, ya que estamos diseñados para que esas destrezas se alojen en nuestra mente inconsciente.
Según el psicólogo catalán Antonio Blay: «Toda la fuerza del hábito reside en su carácter inconsciente.» Y es ese carácter inconsciente el que provee al hábito de la fuerza multiplicadora que permite que te entrenes para desarrollar una actitud protagonista y luego seas visto por los demás como un individuo proactivo, responsable y optimista.
Estas dimensiones te mostrarán el mapa «donde estás situado», al indicarte en qué nivel de conciencia te encuentras sobre tu propia realidad, qué nivel de responsabilidad asumes frente a los obstáculos y qué grado de efectividad poseen tus soluciones.
Esto significa que durante el trayecto por el camino del protagonismo podemos estar sumidos en el victimismo más paralizante, o gozar de un proactivo nivel de protagonismo, ya que cada una de las dimensiones tiene estos dos posibles carriles de recorrido.
Para reducir la tendencia de pasar al lado victimista, la práctica intensa de comportamientos optimistas, positivos y proactivos nos permitirá entrenarnos en mantener el talante protagonista por más tiempo hasta estabilizarlo como un rasgo de nuestra personalidad.
Una vez logrado este objetivo, redescubriremos la realidad con una mirada más madura y seremos capaces de realizar nuevas reflexiones de autoconciencia que nos conduzcan a encontrar soluciones y alternativas.
El primer paso para comenzar a transitar el proceso de protagonismo es determinar a qué área de tu vida pertenece el problema que quieres solucionar. Una vez que has identificado si pertenece a tu mundo familiar, de trabajo, ocio, salud o amistad, podrás poner en marcha tus habilidades protagonistas en esa área y proveer una solución satisfactoria.
Por ello es preciso ser conscientes de que nuestro esfuerzo debe estar centrado en aquellas áreas donde no nos es tan fácil ser efectivos, ya que con ello lograremos equilibrar nuestra satisfacción de manera integral.
No se trata de tener resultados extraordinarios en cada una de las áreas de nuestra vida, ya que sería una carrera desgastante. El equilibrio personal supone identificar aquello que te quita plenitud en el momento actual y poner algo de tu energía en ello.
Todos comenzamos a transitar el camino del protagonismo dotados de un capital protagonista. Este capital representa el grado de protagonismo que poseemos «de origen», fruto de las creencias que hemos acuñado como herencia cultural y que se transforman para nosotros en el modelo mental automático con el que respondemos frente a los desafíos cotidianos.
El objetivo del modelo es ayudar al individuo a pasar del porcentaje de protagonismo actual, que está condicionado por un comportamiento relativamente inconsciente y heredado, al protagonismo máximo, que es el que se consigue con la plena conciencia de los resultados deseados de forma sostenible en el tiempo.
El ciento por ciento de protagonismo está sólo reservado a aquellos que han transitado de manera habitual, casi diaria, por el carril protagonista y han dado tantas vueltas al circuito que han desarrollado algo más que la mera efectividad en el logro de resultados, esto es, una consistente personalidad protagonista.
Conciencia Para aumentar tu nivel de protagonismo en esta dimensión, la estrategia es comenzar con la autorreflexión a fin de analizar en profundidad tus niveles de satisfacción según las áreas de tu vida (trabajo, salud, ocio, familia, dinero…).
El paso de la inconsciencia a la conciencia puede partir también de un quiebre personal, que puede ser tanto interno (depresión, estrés, ansiedad…) como externo (divorcio, enfermedad, accidente…), que se convierta en una buena oportunidad para replantear tus creencias y reformular situaciones y relaciones.
En esta etapa rediseñarás tu propio camino, alineando la meta a la que te has propuesto llegar con tus valores más internos. Así, tu destino vital estará pleno de sentido.
Para dotar tu proceso de estrategia y huir del caos en esta etapa resulta útil diseñar un plan de acción personal que te permita organizar tus objetivos vitales en etapas y acciones que realizar, estableciendo además un marco temporal para alcanzar esos objetivos.
El nivel de protagonismo que tengas en cada una de las tres dimensiones es el que te indicará la permanencia o sostenibilidad en el tiempo de los resultados que puedes alcanzar en el día a día.
Si posees un bajo nivel de protagonismo, es muy posible que tus resultados te sean esquivos o simplemente no lleguen a tu vida, dado que te encuentras transitando por un carril victimista que, lejos de acercarte a tus objetivos, te aleja de ellos.
Sólo un alto nivel de protagonismo puede llevarte directo a los resultados sostenibles en el tiempo, porque tu compromiso te hace transitar por la «vía rápida» del carril protagonista, manteniendo la senda hasta desarrollar la habilidad.
La única forma de que esta respuesta se transforme en un «rasgo de carácter» es que sea la consecuencia directa de una «práctica intensa» que nos lleve a desarrollar algo más importante que una mera «habilidad», esto es, la serena convicción de que somos capaces de superar cualquier adversidad.
La fórmula del protagonismo parte de un sistema que funciona de tal manera que hace que ese sistema se realimente: la persona que ha pasado por los tres niveles de protagonismo vuelve al principio, donde analiza la diferencia de resultados obtenidos con el fin de que en un segundo recorrido sea más efectivo.
Cuando, producto de esa retroalimentación, pasamos de manera reiterada por la tercera dimensión del proceso y nos hacemos más protagonistas, el círculo se cierra y volvemos a comenzar con más sabiduría, ya que con lo aprendido en el primer recorrido nuestros «radares» se han agudizado y automáticamente nos llevan a descubrir nuevos aspectos de cada dimensión que hasta ese momento nos eran invisibles.
en la dimensión responsabilidad, se nos ocurren nuevas soluciones que no habíamos sido capaces de ver en el anterior recorrido, y así llegamos nuevamente a la dimensión efectividad con mucha más determinación que la primera vez que realizamos el circuito.
El riesgo de caer en una retroalimentación negativa es que trae como consecuencia comportamientos y actitudes victimistas, y supone un bucle negativo que sume a la persona en la oscuridad de la dependencia, la rigidez, la irresponsabilidad y la falta de compromiso.
De todas maneras, la salida o variación de nuestro carril hacia el victimismo es una tendencia natural de todo individuo que nos debe invitar a la reflexión y a un nuevo cambio de carril, a fin de lograr el restablecimiento del equilibrio interno cada vez que éste se vea alterado.
Cada paso por el circuito protagonista da al sistema la capacidad de tener acceso a nuevo conocimiento y así incrementar las habilidades que empiezan poco a poco a instalarse y a formar parte de nuestro carácter, o sea, de nuestra nueva personalidad protagonista.
Como no es consciente de que por su propia actitud las cosas no marchan como lo esperaba, es normal que no pueda descubrir lo que podría hacer para mejorar ese resultado y por ello está muy lejos de la solución.
Si no tomamos conciencia de forma brusca, esto es, sufriendo de golpe, es posible que las circunstancias cómodas en que operamos nos estén brindando una distorsionada visión de la realidad que nos haga hundirnos cada vez más en el pozo sin fin de la inconsciencia.
Ante ese dolor repentino por el agua hirviendo, la rana saltó de la olla con una espectacular agilidad. La parábola de la rana hervida nos aconseja que vigilemos la tendencia en la que estamos inmersos.
El caso es que estos modelos culturales y automáticos no han evolucionado con el tiempo y es por ello por lo que algunas personas siguen ancladas a patrones inconscientes de observación que muchas veces perjudican el logro de sus objetivos y su propia eficacia.
Con el propósito de identificar los modelos heredados que hoy influencian nuestra interpretación, te propongo que recortes artículos de periódicos y revistas en cuyos titulares puedas identificar modelos victimistas y protagonistas de afrontamiento.
Coincidiendo con su diagnóstico, si por ejemplo dejamos que nuestro jefe, pareja, madre, hijo o cualquier persona gobierne nuestra vida y no luchamos por abrirnos camino por nosotros mismos, nuestra salud pagará la factura de esa dependencia.
Desde el punto de vista social, todos compartimos una serie de creencias denominadas paradigmas que forman los modelos mentales a partir de los cuales actuamos. El problema es que esos modelos condicionantes para la mayoría de las personas pasan inadvertidos.
Este tipo de situaciones nos enfrentan a individuos que nos dicen con sus actitudes y gestos: «Las cosas son de esta manera, ¿no lo ves?», «si no entiendes del tema, mejor no opines», «¿qué parte de «dejarlo así» no has comprendido?».
La persona de talante protagonista, en cambio, está abierta a la sana discusión, ya que sus creencias le llevan a aceptar las verdades de otros como forma de alimentar y nutrir las propias. Si en una charla opina de distinta manera, analiza lo que la otra persona está planteando e intenta aprender una nueva forma de ver la situación.
Por lo dicho, paradigmas del estilo «tengo razón» pueden transformar nuestra vida en un infierno de victimismo e intolerancia para con los demás. Esto nos indica que debemos estar muy alerta y conscientes de todo lo que hoy está alimentando nuestros
Fue entonces cuando me comentó su angustia sobre la marcha que llevaba el país y la cancelación por parte de algunos clientes, los más importantes, de muchos de los contratos de formación y consultoría que tenía comprometidos para ese año, lo que produciría un efecto desastroso en el futuro de su empresa.
La palabra «crisis» en el idioma chino tiene dos significados: «amenaza» y «oportunidad». La crisis es siempre una ocasión de evolución o desintegración, un período de transición: lo que era ya se fue y lo que viene no ha llegado todavía, decía Einstein.
Decían que era demasiado hermosa, que la visitaban varios hombres, que tenía muy poco de ama de casa, que sus hijos vagabundeaban por la calle y comían en casa de los vecinos, que pecaba de perezosa y se pasaba la mayor parte del tiempo tendida en el sofá y entregada a la lectura.
No podemos lograr la paz y el equilibrio en nuestras vidas si no reconocemos la necesidad de comprender y tener compasión por los demás, porque la mayoría de las veces juzgamos conforme a lo que vemos superficialmente, lo cual nos otorga muy poca autoridad a la hora de emitir una valoración justa de los acontecimientos.
En mi juventud, recuerdo que mi padre me decía: «Nunca debes juzgar a los demás sin contar con toda la información del caso. —E insistía—: Alfredo, ¿sabes todo lo necesario para evaluar con equidad la situación?» Yo siempre respondía que no, que debería averiguar algunos «cómo», «por qué», «cuándo» y «dónde»…
Cuando uno es criticado, lo que más le cuesta es dominar su reacción emocional, esto es, el sentimiento de infravaloración que le supone sentirse una víctima. Este padecimiento es muy destructivo para la persona, pues hiere directamente su autoestima.
El hecho de tener expectativas demasiado exigentes produce muchas veces sentimientos de culpa y desmoralización cuando no se cumplen las previsiones que la persona tenía en mente. Esto sin duda es una gran amenaza para su autoestima, al producir un sentimiento de victimismo frente al fracaso.
Por esa dependiente visión de lo que debería pensar, sentir o hacer es por lo que muchas veces se debilita su carácter, quedando en una frágil posición de víctima frente a la vida. Una posición de escasez y necesidad. Escasez de valoración personal y necesidad de aprobación externa.
En su juventud, Manuel era un espíritu libre que soñaba con viajar por el mundo descubriendo lugares recónditos y personas sorprendentes. Sin embargo, a medida que pasaban los años, su madre le decía constantemente: «Manuel, deberías estudiar más», «Deberías tener una novia», «Deberías trabajar».
Es también el caso de Ignacio, que estudió Derecho sólo porque su padre, un prestigioso abogado, le había insistido durante su juventud sobre los beneficios de sucederle en el bufete que éste poseía. El derecho prometía proveerle, según palabras de su padre, «una situación económica acomodada y una relevancia profesional inmejorable».
Como consecuencia de ello, nos adentraremos más profundamente en una visión victimista que, lejos de favorecer la toma de control personal, más espacio dejará para la impotencia y la desesperanza.
Como se observa en estas declaraciones de responsabilidad, la toma de conciencia resulta el nivel más trascendente en todo el proceso de protagonismo, ya que sólo a partir de este punto puedes comenzar a buscar soluciones para generar el resultado deseado.
Charlamos con Martín sobre el curso que estaba tomando su vida y me confesó que no podría seguir mucho más con esta dinámica. Le expliqué entonces que una de las claves del protagonismo dirigido a resultados es hacerse parte del problema para así, desde dentro de éste, encontrar la solución. Le
Si pones voluntad y constancia en realizar tareas, actos, comportamientos o actitudes de las personas calificadas como protagonistas, estos comportamientos se transformarán, por la fuerza de la costumbre, en verdaderos hábitos que te reportarán beneficios notables.
La autodisciplina ejercitada en pequeñas dosis marca la diferencia entre la satisfacción inmediata y la recompensa a largo plazo, que sin lugar a dudas es el principio básico para alcanzar tus metas.
Si te interesa realmente ser un verdadero protagonista, tendrás tan claros esos objetivos que los pequeños sacrificios por alcanzarlos serán insignificantes, apareciendo ante ti plenamente justificados.
Porque lo que garantiza el desarrollo de un talante protagonista es la motivación y el compromiso que tengamos con la práctica. Esta «llama interna» es el principal ingrediente para construirnos como seres responsables y ejecutores.
Y es así porque la conciencia ilumina las habilidades que precisamos para ser exitosos, la motivación nos provee de la energía necesaria para el camino y el entrenamiento genera la práctica intensa que convierte esa energía en protagonismo.
Y esta gran reserva energética puede estar representada por una idea pequeña y poderosa: la visión de tu «yo» futuro e ideal: «Quién quieres ser», «Qué quieres lograr»…
La buena noticia es que para transformarte en protagonista no es necesario que indagues en ningún rasgo o aptitud personal, sino que sólo es preciso que analices la motivación que tienes para alcanzar un objetivo, ya que cuando deseas algo con pasión el esfuerzo ocasional lo verás como un paso hacia tus metas.
Pongo énfasis en la motivación como punto central del proceso porque cuando alguien está muy motivado es capaz de privarse de ciertas comodidades o placeres hoy, sólo por la inspiración que le suponen sus objetivos en el futuro: «Deseo ser un reconocido tenista, por ello entreno sin descanso a pesar del sacrificio personal que esto me supone.»
Por ello, si te autoentrenas en la práctica intensa de determinadas habilidades terminarás por hacerte experto en ellas, ya que estamos diseñados para que esas destrezas se alojen en nuestra mente inconsciente.
Según el psicólogo catalán Antonio Blay: «Toda la fuerza del hábito reside en su carácter inconsciente.» Y es ese carácter inconsciente el que provee al hábito de la fuerza multiplicadora que permite que te entrenes para desarrollar una actitud protagonista y luego seas visto por los demás como un individuo proactivo, responsable y optimista.
Estas dimensiones te mostrarán el mapa «donde estás situado», al indicarte en qué nivel de conciencia te encuentras sobre tu propia realidad, qué nivel de responsabilidad asumes frente a los obstáculos y qué grado de efectividad poseen tus soluciones.
Esto significa que durante el trayecto por el camino del protagonismo podemos estar sumidos en el victimismo más paralizante, o gozar de un proactivo nivel de protagonismo, ya que cada una de las dimensiones tiene estos dos posibles carriles de recorrido.
Para reducir la tendencia de pasar al lado victimista, la práctica intensa de comportamientos optimistas, positivos y proactivos nos permitirá entrenarnos en mantener el talante protagonista por más tiempo hasta estabilizarlo como un rasgo de nuestra personalidad.
Una vez logrado este objetivo, redescubriremos la realidad con una mirada más madura y seremos capaces de realizar nuevas reflexiones de autoconciencia que nos conduzcan a encontrar soluciones y alternativas.
El primer paso para comenzar a transitar el proceso de protagonismo es determinar a qué área de tu vida pertenece el problema que quieres solucionar. Una vez que has identificado si pertenece a tu mundo familiar, de trabajo, ocio, salud o amistad, podrás poner en marcha tus habilidades protagonistas en esa área y proveer una solución satisfactoria.
Por ello es preciso ser conscientes de que nuestro esfuerzo debe estar centrado en aquellas áreas donde no nos es tan fácil ser efectivos, ya que con ello lograremos equilibrar nuestra satisfacción de manera integral.
No se trata de tener resultados extraordinarios en cada una de las áreas de nuestra vida, ya que sería una carrera desgastante. El equilibrio personal supone identificar aquello que te quita plenitud en el momento actual y poner algo de tu energía en ello.
Todos comenzamos a transitar el camino del protagonismo dotados de un capital protagonista. Este capital representa el grado de protagonismo que poseemos «de origen», fruto de las creencias que hemos acuñado como herencia cultural y que se transforman para nosotros en el modelo mental automático con el que respondemos frente a los desafíos cotidianos.
El objetivo del modelo es ayudar al individuo a pasar del porcentaje de protagonismo actual, que está condicionado por un comportamiento relativamente inconsciente y heredado, al protagonismo máximo, que es el que se consigue con la plena conciencia de los resultados deseados de forma sostenible en el tiempo.
El ciento por ciento de protagonismo está sólo reservado a aquellos que han transitado de manera habitual, casi diaria, por el carril protagonista y han dado tantas vueltas al circuito que han desarrollado algo más que la mera efectividad en el logro de resultados, esto es, una consistente personalidad protagonista.
Conciencia Para aumentar tu nivel de protagonismo en esta dimensión, la estrategia es comenzar con la autorreflexión a fin de analizar en profundidad tus niveles de satisfacción según las áreas de tu vida (trabajo, salud, ocio, familia, dinero…).
El paso de la inconsciencia a la conciencia puede partir también de un quiebre personal, que puede ser tanto interno (depresión, estrés, ansiedad…) como externo (divorcio, enfermedad, accidente…), que se convierta en una buena oportunidad para replantear tus creencias y reformular situaciones y relaciones.
En esta etapa rediseñarás tu propio camino, alineando la meta a la que te has propuesto llegar con tus valores más internos. Así, tu destino vital estará pleno de sentido.
Para dotar tu proceso de estrategia y huir del caos en esta etapa resulta útil diseñar un plan de acción personal que te permita organizar tus objetivos vitales en etapas y acciones que realizar, estableciendo además un marco temporal para alcanzar esos objetivos.
El nivel de protagonismo que tengas en cada una de las tres dimensiones es el que te indicará la permanencia o sostenibilidad en el tiempo de los resultados que puedes alcanzar en el día a día.
Si posees un bajo nivel de protagonismo, es muy posible que tus resultados te sean esquivos o simplemente no lleguen a tu vida, dado que te encuentras transitando por un carril victimista que, lejos de acercarte a tus objetivos, te aleja de ellos.
Sólo un alto nivel de protagonismo puede llevarte directo a los resultados sostenibles en el tiempo, porque tu compromiso te hace transitar por la «vía rápida» del carril protagonista, manteniendo la senda hasta desarrollar la habilidad.
La única forma de que esta respuesta se transforme en un «rasgo de carácter» es que sea la consecuencia directa de una «práctica intensa» que nos lleve a desarrollar algo más importante que una mera «habilidad», esto es, la serena convicción de que somos capaces de superar cualquier adversidad.
La fórmula del protagonismo parte de un sistema que funciona de tal manera que hace que ese sistema se realimente: la persona que ha pasado por los tres niveles de protagonismo vuelve al principio, donde analiza la diferencia de resultados obtenidos con el fin de que en un segundo recorrido sea más efectivo.
Cuando, producto de esa retroalimentación, pasamos de manera reiterada por la tercera dimensión del proceso y nos hacemos más protagonistas, el círculo se cierra y volvemos a comenzar con más sabiduría, ya que con lo aprendido en el primer recorrido nuestros «radares» se han agudizado y automáticamente nos llevan a descubrir nuevos aspectos de cada dimensión que hasta ese momento nos eran invisibles.
en la dimensión responsabilidad, se nos ocurren nuevas soluciones que no habíamos sido capaces de ver en el anterior recorrido, y así llegamos nuevamente a la dimensión efectividad con mucha más determinación que la primera vez que realizamos el circuito.
El riesgo de caer en una retroalimentación negativa es que trae como consecuencia comportamientos y actitudes victimistas, y supone un bucle negativo que sume a la persona en la oscuridad de la dependencia, la rigidez, la irresponsabilidad y la falta de compromiso.
De todas maneras, la salida o variación de nuestro carril hacia el victimismo es una tendencia natural de todo individuo que nos debe invitar a la reflexión y a un nuevo cambio de carril, a fin de lograr el restablecimiento del equilibrio interno cada vez que éste se vea alterado.
Cada paso por el circuito protagonista da al sistema la capacidad de tener acceso a nuevo conocimiento y así incrementar las habilidades que empiezan poco a poco a instalarse y a formar parte de nuestro carácter, o sea, de nuestra nueva personalidad protagonista.
Como no es consciente de que por su propia actitud las cosas no marchan como lo esperaba, es normal que no pueda descubrir lo que podría hacer para mejorar ese resultado y por ello está muy lejos de la solución.
Si no tomamos conciencia de forma brusca, esto es, sufriendo de golpe, es posible que las circunstancias cómodas en que operamos nos estén brindando una distorsionada visión de la realidad que nos haga hundirnos cada vez más en el pozo sin fin de la inconsciencia.
Ante ese dolor repentino por el agua hirviendo, la rana saltó de la olla con una espectacular agilidad. La parábola de la rana hervida nos aconseja que vigilemos la tendencia en la que estamos inmersos.
El caso es que estos modelos culturales y automáticos no han evolucionado con el tiempo y es por ello por lo que algunas personas siguen ancladas a patrones inconscientes de observación que muchas veces perjudican el logro de sus objetivos y su propia eficacia.
Con el propósito de identificar los modelos heredados que hoy influencian nuestra interpretación, te propongo que recortes artículos de periódicos y revistas en cuyos titulares puedas identificar modelos victimistas y protagonistas de afrontamiento.
Coincidiendo con su diagnóstico, si por ejemplo dejamos que nuestro jefe, pareja, madre, hijo o cualquier persona gobierne nuestra vida y no luchamos por abrirnos camino por nosotros mismos, nuestra salud pagará la factura de esa dependencia.
Desde el punto de vista social, todos compartimos una serie de creencias denominadas paradigmas que forman los modelos mentales a partir de los cuales actuamos. El problema es que esos modelos condicionantes para la mayoría de las personas pasan inadvertidos.
Este tipo de situaciones nos enfrentan a individuos que nos dicen con sus actitudes y gestos: «Las cosas son de esta manera, ¿no lo ves?», «si no entiendes del tema, mejor no opines», «¿qué parte de «dejarlo así» no has comprendido?».
La persona de talante protagonista, en cambio, está abierta a la sana discusión, ya que sus creencias le llevan a aceptar las verdades de otros como forma de alimentar y nutrir las propias. Si en una charla opina de distinta manera, analiza lo que la otra persona está planteando e intenta aprender una nueva forma de ver la situación.
Por lo dicho, paradigmas del estilo «tengo razón» pueden transformar nuestra vida en un infierno de victimismo e intolerancia para con los demás. Esto nos indica que debemos estar muy alerta y conscientes de todo lo que hoy está alimentando nuestros
Fue entonces cuando me comentó su angustia sobre la marcha que llevaba el país y la cancelación por parte de algunos clientes, los más importantes, de muchos de los contratos de formación y consultoría que tenía comprometidos para ese año, lo que produciría un efecto desastroso en el futuro de su empresa.
La palabra «crisis» en el idioma chino tiene dos significados: «amenaza» y «oportunidad». La crisis es siempre una ocasión de evolución o desintegración, un período de transición: lo que era ya se fue y lo que viene no ha llegado todavía, decía Einstein.
Decían que era demasiado hermosa, que la visitaban varios hombres, que tenía muy poco de ama de casa, que sus hijos vagabundeaban por la calle y comían en casa de los vecinos, que pecaba de perezosa y se pasaba la mayor parte del tiempo tendida en el sofá y entregada a la lectura.
No podemos lograr la paz y el equilibrio en nuestras vidas si no reconocemos la necesidad de comprender y tener compasión por los demás, porque la mayoría de las veces juzgamos conforme a lo que vemos superficialmente, lo cual nos otorga muy poca autoridad a la hora de emitir una valoración justa de los acontecimientos.
En mi juventud, recuerdo que mi padre me decía: «Nunca debes juzgar a los demás sin contar con toda la información del caso. —E insistía—: Alfredo, ¿sabes todo lo necesario para evaluar con equidad la situación?» Yo siempre respondía que no, que debería averiguar algunos «cómo», «por qué», «cuándo» y «dónde»…
Cuando uno es criticado, lo que más le cuesta es dominar su reacción emocional, esto es, el sentimiento de infravaloración que le supone sentirse una víctima. Este padecimiento es muy destructivo para la persona, pues hiere directamente su autoestima.
El hecho de tener expectativas demasiado exigentes produce muchas veces sentimientos de culpa y desmoralización cuando no se cumplen las previsiones que la persona tenía en mente. Esto sin duda es una gran amenaza para su autoestima, al producir un sentimiento de victimismo frente al fracaso.
Por esa dependiente visión de lo que debería pensar, sentir o hacer es por lo que muchas veces se debilita su carácter, quedando en una frágil posición de víctima frente a la vida. Una posición de escasez y necesidad. Escasez de valoración personal y necesidad de aprobación externa.
En su juventud, Manuel era un espíritu libre que soñaba con viajar por el mundo descubriendo lugares recónditos y personas sorprendentes. Sin embargo, a medida que pasaban los años, su madre le decía constantemente: «Manuel, deberías estudiar más», «Deberías tener una novia», «Deberías trabajar».
Es también el caso de Ignacio, que estudió Derecho sólo porque su padre, un prestigioso abogado, le había insistido durante su juventud sobre los beneficios de sucederle en el bufete que éste poseía. El derecho prometía proveerle, según palabras de su padre, «una situación económica acomodada y una relevancia profesional inmejorable».
Como consecuencia de ello, nos adentraremos más profundamente en una visión victimista que, lejos de favorecer la toma de control personal, más espacio dejará para la impotencia y la desesperanza.
Como se observa en estas declaraciones de responsabilidad, la toma de conciencia resulta el nivel más trascendente en todo el proceso de protagonismo, ya que sólo a partir de este punto puedes comenzar a buscar soluciones para generar el resultado deseado.
Charlamos con Martín sobre el curso que estaba tomando su vida y me confesó que no podría seguir mucho más con esta dinámica. Le expliqué entonces que una de las claves del protagonismo dirigido a resultados es hacerse parte del problema para así, desde dentro de éste, encontrar la solución. Le