La construccion social del ser humano filosofia
El poder simbólico entendido como un poder invisible que no puede ejercerse sino con la complicidad de los que no quieren saber que lo sufren o incluso ejercen, por lo tanto la práctica de este poder se hace inconsciente al agente que la ejecuta o se ve influido por él. Para esta definición se debe tomar en cuenta la situación de los sistemas simbólicos, tales como el arte, religión, lengua, ciencia, etc. que estipulan la necesidad de develar tradiciones complementarias que diluciden el concepto tratado.
En primer lugar el autor clasifica los sistemas simbólicos como estructuras estructurantes, bajo la óptica neokantiana que discute este tema dentro de concepciones universales y trascendentales, cuya base se edifica como instrumento de conocimiento y construcción del mundo de los objetos. En segundo lugar Bourdieu se apoya en Durkheim, cuya visión empírica y positivista, se contrapone a los postulados señalados anteriormente, es así como cataloga los sistemas como formas de clasificación que se determinan socialmente de manera arbitraria en el marco de un grupo particular.
El otro paradigma de consideración tomado de la tradición estructuralista, donde los dichos sistemas se toman como estructuras estructuradas, que desprenden la estructura intrínseca de cada producción simbólica.
En este contexto, el autor clarifica los sistemas simbólicos como instrumentos de conocimiento y comunicación que ejercen un poder estructurado, anterior a la reproducción social y comprendida como un producto social institucionalizado. Asimismo el poder simbólico construye realidades determinadas a un orden inmediato del mundo, específicamente del mundo social. Por tanto, el discurso se enfila estableciendo funciones sociales y políticas que no se reducen meramente a la función comunicativa, como sostienen algunos autores. De esta forma los símbolos son herramientas de integración social, a partir del conocimiento y comunicación impartida por ellos.
En definitiva, las producciones simbólicas como métodos de dominación se erigen desde las clases dominantes, que se sirven de la ideología para mantener y controlar su hegemonía basada en intereses particulares enmascarados de bien común, se valen por ejemplo de los medios de comunicación que distinguen una clase por sobre otra, amparados en el fin último de la integración y participación social, delegando subordinación a las sub- clases que dependen del orden jerarquizado que agrava aún más la supeditación de grupos subalternos.
De la idea anterior se desprende que el autor centra su estudio en la dimensión simbólica del poder, es decir, como por medio de las estructuras estructurantes o visiones de mundo establecidas por grupos específicos de la sociedad se quieren imponer por sobre las de otros. También es importante mencionar que dichas visiones de mundo, o disposiciones de percepción y acción respecto del mundo, se internalizan casi automáticamente sin un paso previo por la conciencia del agente, produciéndose con ello un proceso de “naturalización”. Este fenómeno trae consigo que el agente en cuestión cree que lo que percibe y hace es inherente a su condición, esto llevado al colectivo seria “el sentido común”. Con esta concepción generalizada y común respecto de la percepción del mundo social se hace muy fácil por parte del grupo dominante ejercer su control por sobre los dominados, ya que ante cualquier intento por quebrantar el orden establecido solo les basta apelar al sentido común (ya internalizado y aprehendido por los demás) para neutralizarlos y legitimar su dominación.
Por ultimo, cabe destacar la función del Estado como institución detentadora del monopolio de la violencia simbólica, es decir, que a través de él se puede ejercer el máximo de imposición de una visión de mundo determinada sobre el resto de la población, y funciona también como regulador de las luchas por obtener poder simbólico dentro de la sociedad, siendo a la vez es el objeto principal de ellas.
La Economía de los Bienes Simbólicos
La economía de los bienes simbólicos esta basada en la omisión o censura del interés económico, el cual se niega produciéndose así un autoengaño que al mismo tiempo es apoyado por un engaño colectivo o un “desconocimiento compartido” suyo fundamento esta inscrito en las estructuras objetivas y mentales, acordado implícitamente para evitar hacerlo de manera explícita: “de tal modo que sé y no quiero saber que sabes y no quiero saber que sé y no quiero saber que me devolverás un contra obsequio”[1],haciendo que se piense y se obre de esa forma y no de otra.
Este tabú de la explicitación, señala Bourdieu, produce una ambigüedad en las prácticas y estrategias de la economía simbólica. El individuo sin saber que en su fin espera algo a cambio (sea lo que sea) se introduce en el mundo del intercambio económico de objetos con una especie de conciencia doble y desdoblada que en el fondo, apacigua sus verdaderos intereses de ser recompensado. He ahí que el intervalo de tiempo es un factor importante cuando se obsequia algo, pues se supone que la persona que entrega un regalo no lo hace esperando algo a cambio en ese instante, pero inconscientemente amarra en cierto modo a la persona a la cual le dio el obsequio, generando un vínculo o compromiso de parte del obsequiado hacia quien le entregó ese obsequio (toma y daca), provocando una censura del interés económico.
La empresa religiosa según Bourdieu es un claro ejemplo de una empresa con una dimensión económica que no puede confesarse como tal y que funciona en una contaste negación de su dimensión económica (apostolado/marketing; fieles/clientela; servicio sagrado /trabajo asalariado, etc)
A través del lenguaje, como principio estructurador y eufemizador, esta idea del interés en el desinterés se considera real y se entiende como tal.
Cabe destacar que gran parte del éxito de esta represión se debe al acuerdo colectivo implícito de ese “saber” que parece y pretende ser un “no saber”. Y esto también se hace posible si los individuos poseen iguales categoría de percepción y valoración.Existe así también, una violencia simbólica que a través de un lenguaje que eufemiza, genera y objetiviza condiciones que se creen como tales, se internalizan como tales, y que incluso produce un reconocimiento hacia quien domina eufemizando y le otorga un capital simbólico eficiente que responde a las expectativas colectivas socialmente constituidas, confiriéndole un poder al ser valorado.