El Papel de la Educación en la Sociedad Moderna: De la Tutela a la Autonomía

Mientras los pueblos han permanecido bajo la tutela absoluta, por falta de condiciones suficientes para dirigirse a sí propios; mientras la masa general de los individuos no ha podido desempeñar sino un papel subordinado en el cumplimiento de los grandes destinos sociales, la educación ha tenido forzosamente una esfera muy limitada y un ideal muy restringido; o más bien, no ha llegado a ser verdadera educación, sino instrucción: porque no se trataba de cultivar las facultades del hombre para que este pudiera dirigirlas libremente a su fin, sino de encaminarle a ese fin por vías previamente trazadas. El individuo entonces, como obrero de la vida, era más que un artista un artesano; sus obras debían ajustarse más a modelos hechos y a patrones recibidos que a su propia iniciativa y a su libre inspiración. La enseñanza tenía que revestir en consecuencia un carácter dogmático y traducirse en una reglamentación minuciosa para la práctica; la definición, el precepto, la fórmula y la regla para obrar, debían ser su principal objetivo y su último resultado. El ideal de su misión debía cifrarse en ofrecer a cada cual un cuadro de instrucciones donde estuviese trazado el plan, señalados los procedimientos y previstos, a ser posible, los pormenores de cuanto había de hacer, para que solo le restase una cosa: la ejecución; las funciones superiores que preparan y dirigen esta última, las que permiten a cada cual ser algo más que instrumento de sus obras, no le competían; esas funciones holgaban en los más por falta de destino.

Pero desde el momento en que empiezan a transformarse las condiciones de la vida social en el sentido de emanciparse los individuos de aquella tutela, y de ser llamado cada uno a tomar parte en la obra común, el ideal de la educación crece y se ensancha. No se trata ya de hacer de cada hombre un fiel intérprete de inspiraciones extrañas, sino un factor inteligente de la vida que obedece a impulsos internos, que se dirige a sí mismo y necesita entrar en posesión, por consiguiente, de todos sus medios de obrar. Ahora, pues, las instrucciones detalladas, los preceptos y reglas, pierden una gran parte de su interés, y en cambio nace la exigencia de desenvolver todas las facultades interiores para que el individuo pueda utilizarlas libremente. No se proscribe la regla, pero toca a cada cual hallarla y apreciarla, así como buscar el mejor camino para su aplicación. El agente no se limita a ejecutar, según patrones hechos de antemano, obras cuyo plan se le entrega concluido, sino que a él mismo incumbe proyectarlas para llevarlas a cabo según las concibe y proyecta. En suma: de simple artesano cámbiase en artista de la vida, y estas nuevas o superiores funciones que está llamado a llenar piden, para educarlo, condiciones que antes no podían ni presentirse.

El hecho es harto sencillo, pero se olvida con frecuencia. A no desconocerlo, ¿cómo se pretendería el statu quo en materias de enseñanza? ¿Cómo habría aún quien se extrañase de los cambios que tienden a armonizar la pedagogía con el espíritu general de los tiempos? Y, sin embargo, muchos retroceden ante esas innovaciones como peligrosas utopías, y vuelven la vista aún a los procedimientos tradicionales persuadidos de que estos siquiera darán siempre un resultado, mayor o menor, pero práctico, sensible y positivo.

Y, en efecto, es precisamente lo que no ha dado ni pueden. La antigua educación abandona el aspecto práctico hasta el punto, y es notable, de que, otorgando una importancia exclusiva al pensamiento, a todo enseña al niño menos a pensar. En Gramática, en Aritmética, en Geografía, en cuanto se desea que aprenda (que no es mucho), se le da el trabajo hecho en vez de ejercitarle en tal trabajo; se le pone en el fin, sin mostrarle el camino que a él conduce. Es decir, que, si algo podría llegar a saber de esta suerte, sería a lo sumo lo que han hecho los demás en las cosas que le ocupan, pero no como lo han hecho, ni mucho menos a hacerlo él. Y, si es cierto que la piedra de toque para todo es la experiencia, malparada queda la virtud de la enseñanza recibida, cuando se somete a este ensayo la comprobación de su valor, porque es notorio que para todo sirven al niño sus estudios menos para utilizarlos en la práctica. Y la verdad que este hecho es algo más digno de tenerse en cuenta que lo que generalmente se tiene, porque, si el conocimiento del idioma no conduce a saber hablar, ni el de la escritura a expresarse por escrito, ni el de la aritmética a resolver las cuestiones ordinarias de cálculo, ni el de la geografía a saber el sitio en que uno vive; si todos estos conocimiento no llevan a satisfacer las necesidades y fines de la vida sobre los cuales nos ilustran, ¿no hay sobrada razón para preguntarse de qué sirven, y pedir cuenta estrecha del tiempo y el trabajo que se invierte en adquirirlos? Pues esa esterilidad de lo mismo que el niño aprende (o presumimos que aprende), es consecuencia inevitable del sistema seguido en la enseñanza; porque como él no ha hallado por sí mismo los resultados que sus textos consignan, como no los ha descubierto y visto por sí, ni los somete, después de que se le transmiten, a un análisis y explicación que desvelen los misterios de que aparecen rodeados ante su inteligencia, todos ellos no son para su espíritu sino una incógnita; ni los comprende, ni los aprecia; y difícilmente se concibe ese afán de poner en sus manos instrumentos de que no puede servirse, puesto que desconoce su destino. Hay que repetirlo una y mil veces: ¿qué adelanta el niño con retener en su memoria los resultados conseguidos por otros en el conocimiento de la realidad? ¿Es de eso de lo que se trata, o de ponerlo en disposición de adquirir y utilizar en cada caso aquellos y todos los conocimientos que necesite? ¿Y se favorece esa aptitud, dejando ociosas las más de sus facultades, o abandonando su ejercicio a merced de los estímulos e impresiones accidentales de la vida?

La Educación en la Modernización

1. Una de las características más importantes del proceso de modernización fue su anti-finalismo, es decir, la ruptura con la idea de fines últimos, definitivos, a los cuales toda acción humana debería tender a alcanzar. 2. En su lugar, la modernización enfatizó las funciones. El 2.1 “bien” fue así concebido como toda acción de utilidad social y las instituciones debían, en este sentido, cumplir funciones que tendieran a garantizar la racionalidad del funcionamiento del sistema. 3. La educación, en esta perspectiva, se organizó para cumplir su función de integración social. Era preciso, en consecuencia, enseñar las normas y los conocimientos necesarios para el desempeño de las distintas actividades sociales, sean ellas de tipo productivo, político o social. 3.1 Preparar para el desempeño de roles fue la única función básica de la educación. La contrapartida de esta función era, obviamente 3.2, la capacidad del sistema para incorporar a cada uno en aquellos roles para los cuales había sido formado.

4. Los cambios en el sistema productivo, político y familiar han provocado la crisis de esta propuesta, que ya no tiene capacidad para movilizar a la sociedad. 4.1 El desempleo erosiona la capacidad de incorporar a las personas de acuerdo con la formación profesional recibida; 4.2 la educación despersonalizada no atrae ni promueve el aprendizaje de las nuevas generaciones, que no le ven sentido a una acción escolar desligada de pautas de vida donde están estimulados a elegir permanentemente; 4.3 los propios educadores no dominan los aspectos dinámicos de la cultura contemporánea y, en consecuencia, se ven superados en su capacidad socializadora.

5. La crisis de la modernización basada en el dominio unilateral de la racionalidad ha provocado lo que se percibe como ausencia de fines, ausencia de sentido hacia el cual orientar la acción social. La inseguridad acerca del destino de las trayectorias tanto sociales como individuales constituye uno de los rasgos más visibles de la actual sociedad. 5.1 Esta carencia es particularmente importante para la educación, ya que pone en crisis la creencia según la cual tenemos algo que transmitir a las nuevas generaciones y, además, queremos hacerlo.

El Sentido de la Educación en una Democracia

6. En la elaboración de una propuesta educativa democrática, el primer aspecto que debe ser discutido es, precisamente, el sentido de la acción educativa. Esta discusión, además, es urgente. La ausencia de sentido que existe actualmente tiende a ser ocupada por, al menos, dos propuestas que contradicen los objetivos de la modernización y de la democracia.

Por un lado, las propuestas fundamentalistas e integristas, que representan un retorno a la idea de fines últimos y sagrados, que no se discuten y que se imponen a las personas. El fundamentalismo seduce particularmente en aquellos contextos en los cuales la modernización está presente más por sus efectos destructores y excluyentes que por sus potencialidades liberadoras. Frente a la disolución de las formas tradicionales de integración y la escasa capacidad de incorporación de las nuevas, aparecen estas construcciones identitarias antimodernas que, como señalan algunos estudios, se oponen tanto a la modernización como a las formas tradicionales de integración.

Por el otro, el neoliberalismo, que se traduce en el desarrollo de un individualismo a-social, la despreocupación por toda forma de integración y la búsqueda de la satisfacción de los intereses individuales con independencia de sus consecuencias sobre el equilibrio tanto social como ecológico.

Frente a estas dos opciones que niegan uno u otro de los aspectos de la modernización, 7. la única opción democrática posible es dada por la búsqueda de la articulación entre racionalidad instrumental y subjetividad, entre la lógica del sistema y las exigencias del desarrollo de la personalidad.