Relación entre inteligencia y organización biológica
Introducción
Al abordar un estudio sobre el nacimiento de la inteligencia, no puede soslayarse la consideración de las relaciones entre la razón y la organización biológica. Es cierto que una discusión semejante no podría conducir a ninguna conclusión positiva actual, pero, antes que soportar implícitamente la influencia de una de las varias soluciones hoy posibles de este problema, es mejor escoger alguna con toda lucidez para extraer de ella los postulados de los que se arranca en la investigación.
La inteligencia y los procesos biológicos
La inteligencia verbal o reflexiva reposa sobre una inteligencia práctica o sensoriomotriz, que se apoya a su vez sobre los hábitos y asociaciones adquiridos para combinarlos de nuevo. Estos suponen, por otra parte, el sistema de los reflejos, cuya conexión con la estructura anatómica y morfológica del organismo es evidente. Por consiguiente, existe una cierta continuidad entre la inteligencia y los procesos puramente biológicos de morfogénesis y de adaptación al medio.
Factores hereditarios y desarrollo intelectual
Ante todo, es evidente que ciertos factores hereditarios condicionan el desarrollo intelectual. Pero esto puede aceptarse en dos sentidos biológicamente tan diferentes que su confusión es probablemente lo que ha obscurecido el debate clásico de las ideas innatas e incluso al del a priori epistemológico.
Herencia de la inteligencia
Respecto de la herencia de la inteligencia en cuanto tal, encontramos de nuevo la misma distinción. Por una parte, una cuestión de estructura: la «herencia especial» de la especie humana y de sus «estirpes» particulares supone determinados niveles de inteligencia, superiores a los de los monos, etc. Pero, por otra parte, la actividad funcional de la razón (el ipse intellectus que no procede de la experiencia) está relacionada evidentemente con la herencia general de la misma organización vital: del mismo modo que el organismo no sería capaz de adaptarse a las variaciones ambientales si no estuviera ya organizado, tampoco la inteligencia podría aprehender ningún dato exterior sin ciertas funciones de coherencia (cuyo último término es el principio de no contradicción), la capacidad de establecer relaciones, etc., que son comunes a toda organización intelectual.
Conclusión
En resumen, la adaptación intelectual, al igual que cualquier otra, es una puesta en equilibrio progresivo entre un mecanismo asimilador y una acomodación complementaria. La mente solo puede acomodarse a una realidad mediante acomodación perfecta, es decir, si en esta realidad nada puede modificar los esquemas del sujeto. No existe adaptación si la nueva realidad impone actitudes motrices o mentales contrarias a las adoptadas al contacto con otros datos anteriores: no hay adaptación si falta coherencia, o sea asimilación. Indudablemente, en el plano motor, la coherencia presenta una estructura muy distinta a la del plano reflexivo o a la del plano orgánico, y todas las sistematizaciones son posibles. Pero siempre y en todas las partes, la adaptación no ha terminado más que cuando desemboca en un sistema estable, es decir cuando hay equilibrio entre la acomodación y la asimilación.