La Naturaleza de la Experiencia Moral y la Libertad Humana
La Experiencia Moral y la Conciencia
Para abordar la naturaleza de la experiencia moral y cómo se relaciona con la reflexión ética, es interesante destacar que la moralidad no se reduce a una experiencia puramente sensorial, lo cual contradice la visión empirista que busca fundamentar todo conocimiento en la experiencia sensorial. En cambio, la conciencia desempeña un papel fundamental en la formación de juicios morales, ya que es donde encontramos la evidencia de tales juicios, sean sensibles o no.
También hay que subrayar la importancia de la certeza en la formación de juicios morales y cómo esta certeza se deriva de la naturaleza misma de lo juzgado. Es decir, cuando algo se presenta de cierta manera en la conciencia, lo juzgamos como evidente y estamos convencidos de su verdad moral. Sin embargo, se ha de reconocer que no todos los juicios morales poseen esta evidencia clara y que a veces podemos tener dificultades para ofrecer razones que los respalden. Esto sugiere que la moralidad es un campo complejo en el que algunos juicios pueden parecer evidentes mientras que otros requieren un análisis más profundo y argumentos más sólidos.
Valores Personales y Culturales
En primer lugar, los valores personales se originan en las experiencias individuales, la educación, las relaciones personales y las influencias sociales. Cada persona desarrolla una serie de valores que guían su comportamiento y sus decisiones morales. Estos valores pueden incluir la honestidad, la lealtad, la justicia, la compasión, entre otros, y varían de una persona a otra según sus experiencias de vida y su contexto cultural y social.
Por otro lado, los valores culturales son aquellos que comparten los miembros de una sociedad o comunidad en particular. Estos valores se transmiten a través de las instituciones sociales, como la familia, la religión, la educación y los medios de comunicación. La cultura influye en la manera en que percibimos el mundo y en cómo juzgamos lo que es correcto o incorrecto, aceptable o inaceptable en términos morales. Estos valores también pueden variar considerablemente de una cultura a otra. Lo que puede considerarse moralmente aceptable en una cultura puede ser inaceptable en otra. Por ejemplo, la manera en que se percibe la autoridad, la familia, el género, la sexualidad o el medio ambiente puede diferir significativamente entre culturas.
¿Somos Libres de Nuestras Acciones?
A los actos que parten de nosotros, los solemos llamar por ello libres. Ahora bien, dichos actos de querer hacer algo pueden descomponerse en dos más simples: el del querer mismo y el del hacer ese algo. Los actos de querer son propiamente actos de voluntad, mientras que los de hacer algo son actos de su propia clase (motrices o rememorativos). Pero en la medida en que estos segundos se realizan queriendo, en tanto que nacen o se derivan de un querer, los tenemos por actos libres, pertenecientes a la voluntad, decimos de ellos que son actos voluntarios. A ellos habrá de alcanzar, por consiguiente, la calificación moral.
El sentido en que son libres unos y otros actos es distinto, los actos voluntarios que son libres cuando, queriendo realizarlos, su ejecución culmina sin obstáculo. En cambio, la libertad de los actos de querer no se refiere al poder hacer, sino al poder querer: bien querer o no algo, bien querer esto o aquello. Y eso es algo tan propio que ni puede ser sustraído ni tampoco sustituido. Este poder querer es la libertad en su sentido más propio, la libertad interior o de arbitrio.
Ese carácter libre, se nos parece tan real como finito o limitado. La primera forma en que no notamos la limitación es la finitud e incluso estrechez del espectro de posibles actos que podemos escoger. Hay hechos que nos vienen dados, como el no poder estar en dos sitios a la vez. Sin embargo, esas posibilidades que uno no puede realizar ni por tanto querer, sí puede simplemente desearlas, y en cualquier caso ser consciente de ellas. Pues bien, a ese ser consciente y desear todo lo posible, también se le da el nombre de libertad.
Y aún de una tercera manera vivimos nuestra libertad como finita. Se trata de que nuestras elecciones, aunque realmente libres, no dependen total y exclusivamente de nosotros; no elegimos de un modo absoluto. Ocurre que nuestro querer no es indiferente a los objetos, sino que se inclina a ellos seducido por su atractivo o los rehúye repelido por su carácter rechazable.
¿Qué Queremos en el Fondo?
El obrar humano presupone básicamente 3 elementos: el querer libre mismo del sujeto, la capacidad de querer de dicho sujeto como tensada o dispuesta a los objetos, y esos objetos motivadores o deseables. Nos decidimos por cosas que nos apetecen porque esas cosas encuentran en nosotros una sensibilidad y tendencia genérica a lo apetecible. En la medida en que esa tendencia genérica es presupuesto o condición de todo querer concreto, puede llamársela querer natural. Por otro lado, como querer puede ser atribuido a la capacidad volitiva humana, pero ya la ética clásica hablaba aquí de voluntad “en cuanto naturaleza” frente la voluntad que elige deliberadamente y en concreto. Por consiguiente, si pretendemos una reflexión honda sobre nuestra vida no hay más remedio que descender a este nuevo estrato.
Aristóteles caracterizó esa vida, el objetivo de ese querer natural, como el fin último del hombre, llamamos fin a lo querido, el fin natural, y genérico alienta los fines concretos. A ese fin último de nuestro querer se le dio el nombre, desde la filosofía griega, de felicidad. La felicidad tiende a cumplirse de modo concreto, y los fines concretos se quieren porque se ven como cierto cumplimiento o expresión de la felicidad. El hecho de que la felicidad tienda necesariamente a concretarse o cumplirse en fines particulares muestra que no basta definir la felicidad como una aspiración subjetiva, sino que exige el complemento de un elemento objetivo. Cuando nos preguntamos qué queremos en el fondo, cuál es el contenido de la felicidad, no buscamos simplemente la ciega satisfacción de nuestros deseos, sino algo que lúcidamente los satisfaga, en el fondo para lo que estamos hechos, es el sentido de nuestra entera vida lo que está en juego en esta búsqueda.